El amor conyugal “avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios” (#122), dice el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica sobre la Alegría del Amor en la Familia. No hay límite a la capacidad de los cónyuges a participar en la caridad infinita que es el Espíritu Santo (cf. #134). “Así, en medio de un conflicto no resuelto, y aunque muchos sentimientos confusos den vueltas por el corazón, se mantiene viva cada día la decisión de amar, de pertenecerse, de compartir la vida entera y de permanecer amando y perdonando. Cada uno de los dos hace un camino de crecimiento y de cambio personal. En medio de ese camino, el amor celebra cada paso y cada nueva etapa” (#163). En este viaje hacia la plena madurez en Cristo, la iglesia acompaña a las parejas casadas y asiste en la tarea permanente de formación de la conciencia que, como el Catecismo dice (#1784) “garantiza la libertad y engendra la paz del corazón”.
Dos dones de Dios son necesarios en esta tarea permanente de formación de la conciencia: la Palabra de Dios y la enseñanza autorizada de la Iglesia (Ibid, #1785). Por una buena razón, entonces, el Papa Francisco afirma tanto de éstos como la base principal para su documento. Literalmente y orgánicamente, pone en el centro de su exhortación estos dones de Dios: las Sagradas Escrituras y la enseñanza Magisterial de la Iglesia. En el capítulo cuatro, reflexiona sobre la enseñanza de Dios sobre el amor en el famoso texto de I Corintios 13; y en el capítulo cinco, el Santo Padre afirma la doctrina de la Iglesia sobre la fecundidad en el matrimonio.
Para ayudar a las parejas casadas en el viaje al amor maduro en Cristo, la Iglesia “pide para ellos la gracia de la conversión” (#78), y las alienta a tener confianza en que el perdón está siempre a su alcance: “Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. … Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás” (#106f).
A lo largo de la toda exhortación y de hecho a lo largo de su papado, el Santo Padre ha ido a las grandes longitudes para mostrar que el Plan de Dios para el matrimonio y la familia es verdaderamente bueno, y que es posible, con la gracia de Dios, conocer su plan, a aceptar en la fe y a vivir con alegría y profundizando siempre en amor.
Como un buen pastor, el Papa Francisco enfoca atención particular en aquellos que caminan en el borde de la desesperación a causa de fracasos personales y problemas que han sufrido en sus familias y debido a las situaciones complejas y contradictorias en que se encuentran ahora. Él llama para acompañamiento pastoral más profundo y sostenido de estas familias que están sufriendo, garantizándoles que son bienvenidos en la familia de la Iglesia, y que estamos dispuestos a buscar la forma de integrarlas más plenamente en nuestras comunidades locales. Esta situación no quiere decir, es importante notar, significa que las personas católicas se excomulgaron de la Iglesia. Se les debe alentar a rezar, asistir a la Misa y rectificar la situación en la comunicación con su párroco, quien sigue siendo su pastor a pesar del caso del pecado objetivo. El acompañamiento es posible y debe ser el caso en nuestras parroquias.
Sin embargo, esto no incluye recibir la Santa Comunión para aquellos que se divorciaron y se volvieron a casar. El Papa Francisco pide específicamente a aquellos en esta situación “a buscar la gracia de la conversión” (#78). A lo largo de Amoris Laetitia vemos una continuidad con el Magisterio de la Iglesia, sobre todo la del Bendito Pablo VI, el Santo Juan Pablo II y el Papa Emérito Benedicto XVI que reafirman la tradición constante de la Iglesia.
En Familiaris Consortio, #84, por ejemplo, el Santo Juan Pablo II enseñó que “… exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aún debiendo, en cuanto bautizados, participar en Su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como Madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”. Del mismo modo, el Papa Emérito Benedicto afirmó esta constante enseñanza y práctica de la Iglesia en Sacramentum Caritatis, #29.
Con sabiduría, el Catecismo enseña que (#1785), “es preciso … que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor … asistidos por los dones del Espíritu Santo”. Sin abrazar la Cruz de Cristo, no podemos tener vida en Él. Sólo cuando “tomamos nuestra cruz cada día” y lo sigamos podemos ser sus discípulos. El Señor nos da el comando y también la gracia para ello, cada día, comenzando dentro de la familia en que por la gracia de Dios vivimos.