Cantar la Misa — segunda parte
En la primera parte de esta serie sobre la música sagrada, describí el significado de la música sagrada, la música de la sagrada liturgia de la Iglesia, y como esta es distinta de la música religiosa. En esta segunda instalación, examinaré desde un punto de vista histórico, el papel de la Iglesia en dirigir y promover la música sagrada auténtica para una participación más fructuosa en los Sagrados Misterios por el clero y el laicado por igual.
El Segundo Concilio Vaticano proclamó que “la tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas” (Sancrosanctum Concilium, 112). Esto llevó a los padres del Concilio a decretar que “consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra” (ibíd, 114).
La música sagrada en el Judaísmo antes de Cristo
La doble tarea de preservar y fomentar la música sagrada sigue siendo una cuestión decisiva para la Iglesia de hoy. Pero para entender lo que el Concilio está pidiendo de nosotros, no solo debemos saber lo que es la música sagrada por lo general (como examinemos en una instalación previa de esta serie) sino también como la Iglesia ha llevado a cabo este esfuerzo a través de la historia.
La Iglesia heredó los Salmos del Antiguo Testamento como su libro básico de oraciones y himnos. Con estos sagrados textos, también adoptó el modo de canto que había sido establecido durante el desarrollo de los salmos: una forma del canto articulado con una referencia fuerte a un texto, con o sin acompañimiento instrumental , lo que el historiador alemán Martin Hengel ha llamado “sprechgesun”, es decir, “discurso cantado”.
Esta opción en la historia de Israel señaló una decisión concreta para uno modo específico de cantar, lo que era un rechazo de la música frenético y embriagadora de los cultos vecindarios y amenazadores. Este modo de cantar los Salmos, tradicionalmente vistos como establecidos por el Rey David (cf. 2 Samuel 6:5), interrumpido solo por el exilio babilónico, permaneció en uso al tiempo del venido de Cristo. Cantados con respeto a y durante el sacrificio en el Templo en Jerusalén, los primeros Cristianos judíos asumieron esta tradición al sacrificio de la liturgia eucarística.
La música sagrada en la Iglesia primitiva
Después del Pentecostés, los primeros siglos de la vida de la Iglesia fueron marcados por el encuentro de lo que era una realidad Judía y semítica con el mundo griego-romano. Una lucha dramática siguió entre, por una parte, la apertura a nuevas formas culturales, y por otra parte, lo que fue irrevocablemente parte de la fe Cristiana.
Por primera vez, la Iglesia tuvo que preservar su música sagrada, y luego fomentarla. Aunque las canciones de estilo griego primitivo rápidamente se hicieron parte de la vida de la Iglesia (e.g., el prologo de Juan y el himno de los Filipenses, 2:5-11), esta nueva música fue tan fuertemente relacionada con creencias gnósticas peligrosas que la Iglesia decidió prohibir su uso. Esta eliminación temporal de la música sagrada a la forma tradicional de los Salmos dio lugar a la creatividad inimaginable: el canto gregoriano — para el primer milenio — y luego, gradualmente, polifonía y himnos surgieron.
En la conservación de las formas que encarnaron su identidad verdadera, la Iglesia hizo posible que crecimiento maravilloso fue criado, tal que siglos después de esa restricción original, el Segundo Concilio Vaticano vigorosamente proclamó que su tesorería de la música sagrada es de más valor que cualquier otra que tenga sus contribuciones artísticas.
Preservar y fomentar a través de los siglos
En este proceso notable en el que la Iglesia navegó su encuentro con la cultura griega y luego otras culturas, vemos el mismo patrón básico que el Segundo Concilio Vaticano decretó para la música sagrada: ella primero preserva, y luego fomenta. La Iglesia primitiva tenía que primero preservar la forma básica de fe cristiana que constituyó su propia identidad — una identidad que fue inseparable de culturas específicas (es decir, judíos) y formas artísticas (es decir, la música de los Salmos). Así pudo fomentar nuevas formas de música sagrada que, surgiendo gradualmente y orgánicamente de formas más viejas, expresaron la fe cristiana auténticamente en nuevas formas culturales.
San Gregorio Magno (el santo de quien “canto gregoriano” toma su nombre) reunió y sistematizó la tradición del canto de la Iglesia en el siglo VI y esto se extendió y desarrolló en el Oeste a través del primer milenio. El canto gregoriano fue aumentado a veces por el órgano en el siglo VIII o IX y con un solo o con armonías vocales múltiples (por ejemplo polifonía) empezando en el siglo X. El desarrollo de polifonía continuó a través del principio del segundo milenio, produciendo música de un estilo sumamente sofisticado y recargado.
Los padres del Concilio de Trent reconocieron que algunas formas musicales llegaban a ser separadas de sus orígenes y por eso prohibieron cualquier cosa “lasciva o impura”. El resultado fue una afirmación continuada del valor de canto gregoriano y un refinamiento del estilo polifónico para preservar la integridad del texto litúrgico y para lograr una sobriedad más grande de estilo musical. A través del período que siguió, la Iglesia continuó preservar su gran tradición al siempre fomentar formas nuevas y auténticas de la música sagrada. Esta actividad de la Iglesia en curso continúa hoy.
La tarea para hoy
En el 24 de junio de 2006, el Papa Benedicto XVI asistió un concierto de música sagrada, después de que dijo: “Una renovación auténtica de la música sagrada sólo puede suceder tras la gran tradición del pasado, del canto gregoriano y polifonía sagrada. Por esta razón, en el campo de música así como en las áreas de otros medios de expresión artística, la Comunidad de Eclesial siempre ha favorecido y ha apoyado a personas en busca de nuevas formas de expresión sin negar el pasado, la historia del espíritu humano que es también una historia de su diálogo con Dios”.
La renovación auténtica de la música sagrada no es una cuestión de solamente copiar el pasado, pero aún menos es una de ignorarlo. Más bien, es una de preservar el pasado y fomentar nuevas formas crecidas orgánicamente de ello. Esto es una tarea verdaderamente gran y esencial, confiada en una manera particular a párrocos y artistas sagrados.
Preservar las viejas formas, fomentar nuevo crecimiento: esto es como un jardinero cuida una planta, cómo Cristo tiende nuestras almas, cómo la música sagrada de la Iglesia — cuidadosamente conservado —t es capaz de sorprendernos y más importante, glorificar a Dios con crecimiento nuevo y maravilloso.
La próxima vez, en la tercera parte de esta serie, examinaremos el papel esencial que la música sagrada tiene en la misión de la Iglesia de evangelizar la cultura.