Cantar la Misa — tercera parte
En la primera parte de esta serie sobre la música sagrada, describí el significado de la música sagrada, y la diferencia entre la música de la liturgia sagrada de la Iglesia y la “música religiosa”. En la segunda parte, se exploró desde una perspectiva histórica, el papel de la Iglesia de preservar y fomentar la música sagrada auténtica para una participación más fructífera en los Misterios Sagrados. En esta tercera parte, examinaremos el papel de la música sagrada al evangelizar la cultura.
Evangelización y Enculturación
La evangelización, la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo, está estrechamente vinculada a lo que la Iglesia llama enculturación. La enculturación es un proceso por el cual “la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y al mismo tiempo, introduce a los pueblos conjuntamente con sus culturas a su propia comunidad”. Este proceso lleva a cabo “una íntima transformación de los auténticos valores culturales” (Redemtoris Missio, 52).
Vemos aquí un doble movimiento — la interacción de dos misterios profundos de fe: la Encarnación (caracterizada por un movimiento y proclamación hacia la tierra) y el Misterio Pascual (caracterizado por un movimiento y transformación hacia el cielo). Este doble movimiento es toda la obra de Cristo: Como el Verbo Eterno entra a nuestra historia, llega a ser carne en la Encarnación; y luego sufre, se muere y sube al Cielo, para atraer todas las personas a sí mismo.
Como Cristo y en Cristo, la Iglesia entra en una auténtica cultura humana dondequiera la encuentra. Proclama la Buena Nueva de Jesúcristo a una cultura específica; y luego, lo que es bueno en la cultura, purifica y transforma y lleva a su propia vida comunitaria en sus diversos “ritos” eclesiales (en nuestro caso, el rito romano).
La Música y La Enculturación
La distinción entre la música religiosa y la música litúrgica (véase la primera parte de esta serie) encarna este doble movimiento: la música religiosa es, podríamos decir, la expresión terrenal de fe de una cultura en Cristo; la música litúrgica es la expresión sacramental de Cristo y la verdadera naturaleza de la Iglesia. La primera tiende a ser algo particular, individual, temporal y profano; la segunda tiende a ser algo universal, comunal, eterno y sagrado. La música religiosa viene de corazones humanos que anhelan a Dios; la música litúrgica viene del corazón de Cristo, el corazón de la Iglesia, que anhela por nosotros.
Porque la música religiosa está marcada por lo particular y lo profano, es especialmente útil para la evangelización. Tal como el ejemplo de San Francisco Javier quien se puso las prendas de seda de la nobleza japonesa durante su trabajo misionero en Japón, la música religiosa “viste la ropa” de quienes pretende evangelizar; se convierte en familiar, adoptando gran parte de las formas culturales haciéndolo — siempre que sea posible — con una mínima alteración. En la música religiosa la Iglesia aprende a cantar en muchas voces, a través de las melodías familiares y de los ritmos de varias culturas.
Pero en la liturgia sagrada, entramos en el recinto no de la cultura del hombre sino de los tribunales celestiales de Cristo, la cultura de la Iglesia, la fiesta de bodas del Cordero: nuevas prendas festivas se requieren para esta fiesta (cf. Mt 22:1-14). En la música litúrgica, los pueblos envueltos en la liturgia sagrada aprenden a cantar, en una sola voz, a través de la melodía a menudo desconocida y el ritmo de la música sagrada de la Iglesia. Esta unidad es ejemplificada (para nosotros los Católicos de Rito Romano) principalmente en el Canto Gregoriano y la Polifonía, las “prendas” musicales de los textos de la sagrada liturgia.
El genio del Rito Romano
La nueva traducción al inglés de la Misa nos ha recordado fuertemente que la liturgia auténtica viene a nosotros a través de la unidad y la integridad del Rito Romano (Liturgiam Authenticam, 4). La liturgia del Rito Romano es un “ejemplo precioso y un instrumento de enculturación verdadero” debido a su capacidad asombrosa de “asimilar dentro de sí los textos hablados y cantados” (ibíd, 5). La inculturación, en el sentido litúrgico (y musical), finalmente se trata de la asimilación de pueblos, culturas, y hasta de las formas musicales en la forma ya dada del Rito Romano.
Unos podrían preguntar: ¿No debería la mención de la palabra asimilación hacernos reflexionar, o hasta ponernos algo nerviosos? ¿Si nos sometemos a esta asimilación — con todas nuestras preferencias musicales, gustos, y diferencias culturales — a las fuentes musicales concretas de la liturgia de la Iglesia (es decir, el mismo Misal Romano, Graduale Romanum, Graduale Simplex, traducciones vernáculas y demás adaptaciones, etc.), no nos perderemos completamente a nosotros mismos, nuestra individualidad y creatividad? ¿No hay un peligro de que la Iglesia se convierta en algo impertinente y por lo tanto impotente en sus expresiones litúrgicas, un mero museo de “la vieja” música?
Para responder a estas preocupaciones, podríamos extender la enseñanza de la Iglesia acerca de la nueva traducción, al uso de la música litúrgica:
“De modo que la liturgia de la Iglesia no debe ser ajena a ningún país, personas o individuos y al mismo tiempo debe trascender la particularidad de raza y nación. Debe ser capaz de expresarse a sí misma en cada cultura humana, y al mismo tiempo manteniendo su identidad a través de la fidelidad a la tradición la cual procede del Señor” (Liturgiam Authenticam, 4).
En otras palabras, la Iglesia, aunque presente en muchas culturas, tiene su propia cultura auténtica porque posee una liturgia auténtica… ambas provenientes de Cristo. La unidad y la integridad del Rito Romano se encuentra encarnado en el rito de los textos sagrados y las formas musicales, como una viña se expresa en sus ramas. El crecimiento requiere la poda y la nutrición, sin ignorar el haber empezado de la nada.
La sagrada liturgia — y la música sagrada — no agota toda la obra de la Iglesia, ni siquiera la labor de la Iglesia en su misión evangelizadora. La música religiosa (fuera de los límites de la liturgia) es absolutamente necesaria para la pre-evangelización y la evangelización. Pero esto no es suficiente. Debe llevar a una música litúrgica auténtica, unida a la música del Rito Romano. La música litúrgica del Rito Romano da testimonio sin par a la asimilación del poder de Cristo, y a su poder de envolver, purificar, transformar y unir la cultura humana junto a la cultura de la Iglesia.
Finalmente, es precisamente este poder de asimilar la belleza del cielo — y no de nuestros propios esfuerzos o preferencias — que trae consigo el verdadero fin de la evangelización: reconciliar todas las cosas de Dios en Cristo (Col 1:20).
En la cuarta y última parte de esta serie, consideraremos formas prácticas en las que podemos profundizar nuestra experiencia de la música sagrada en la liturgia y en nuestras vidas.