Segundo de una serie
[dropcap type=”4″]L[/dropcap]os gemelos experimentan la vida de una manera diferente. A partir del primer momento de su existencia en la matriz de su madre, están juntos. Después de nacer, son nutridos por la misma madre, protegidos por el mismo padre, y comienzan, lado a lado, a descubrir el mundo creado por Dios y su propia vocación dentro de ese mundo. Los gemelos están integrados desde la concepción a caminar juntos a través de la vida. Quizás no nos debería sorprender, entonces, que los gemelos, Scholastica y Benedicto, cada uno de su propio manera pero al igual juntos, han hecho tal gran impacto en la vida consagrada en la Iglesia.
La bendición de la vida comunitaria
Esta forma de vida, y la vida religiosa en particular, es una de solidaridad consagrada. La vida comunitaria, el amor fraterno, compartiendo todas las cosas en común, trabajando en un apostolado común, rezando con una sola voz y un solo corazón — todas estas cosas y más dan testimonio de Jesús, que vino para reconciliarnos uno a otro y que nos mueve a orar con el Salmo 133, “Qué bueno y qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos.”
La vida monástica en la tradición occidental de la Iglesia está conformada en gran medida por la Regla escrita por San Benedicto, con su mezcla armoniosa de la oración litúrgica, trabajos manuales, estudios regulares y la vida comunitaria, todo vivido bajo la autoridad de un padre espiritual, o para las religiosas, bajo la autoridad de una madre espiritual como Escolástica. La vida monástica ha dado grandes frutos en la Iglesia, porque ayuda a sus miembros a cumplir con los dos grandes mandamientos de amor. Escolástica y Benedicto se ayudaron el uno al otro para hacer esto desde los primeros días de su vida; y, más tarde, ellos enseñaron a los miembros de sus nuevas comunidades a hacerlo.
Una vida compartida en amor es un signo eloquente de la unidad de la Iglesia que Cristo estableció a través de su cruz, y de solidaridad dentro de la sociedad que sus seguidores desarollan.
La alegría de la vida celestial
San Gregorio Magno nos dice que, solo unos días antes de que Escolástica muriera, ella se presentó en el Monasterio de Monte Casino para su visita anual con su hermano. A través de todo el día, e incluso toda la noche siguiente, estuvieron entablados en “una conversación santa sobre la vida espiritual” y sobre todo, “la alegría de la vida celestial.” ¿Por qué esta conversación fue tan significativa para ellos? Porque se trató de lo que importa más en la vida. Como escribe San Pablo (1 Corintios 7:31), “porque la aparencia de este mundo pasa.”
Jesus nos dice (Mateo 6:21), “Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.” El gran tesoro que es el Reino de Dios da lugar dento de nosotros a un deseo profundo para la alegría. Cuanto más crecemos en santidad más profundiza nuestro deseo. La vida religiosa ayuda a sus miembros a mantener sus ojos fijos en su objetivo final y a estar preparados para entrar en la plenitud del amor y la alegría en comunión con Cristo. Eso es lo que estaban haciendo Benedicto y Escolástica a través de su santa conversación. Esto fue hecho providencial, porque poco después, murió Escolástica, bien preparada para una santa muerte. San Gregorio nos dice, “tres días después…” Benedicto “miró al cielo y vió el alma de su hermana después que había salido de su cuerpo. Fue en la forma de una paloma, y la vió penetrar en los misterios ocultos del cielo. Alegrándose porque tal gloria era suya, dió gracias a Dios omnipotente con himnos y alabanzas.”
El voto de virginidad siempre ha sido considerado en la tradición de la Iglesia como una anticipación del mundo venidero. Apunta hacia delante al tiempo en que los hombres y las mujeres no se casarán, y libra a cada virgen a acelerar en santidad a la eternal felicidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es una bendición descubrir nuestra propia dignidad humana como amados hijos e hijas del Padre. Es también una bendición descubrir nuestro destino, el propósito para el cual Dios nos creó. La vida consagrada ayuda a la Iglesia a atestiguar tanto a la dignidad como al destino de cada persona humana. Por esto es un don atesorado de la Iglesia y del mundo.