[dropcap type=”4″]S[/dropcap]us hermanos Franciscanos en el convento de frailes cerca de Forli poco sospechaban que el nuevo fraile, quien había venido de Portugal a través de Marruecos varios meses antes, fuera capaz de hacer más que lavar platos y fregar pisos. El mismo fraile parecía estar más que contento en esa posición humilde, a pesar de que había estudiado teología y las Sagradas Escrituras en la Abadía Agustina de San Vicente a las afueras de Lisboa y allí había memorizado secciones grandes del Antiguo y Nuevo Testamento, así como también los escritos de muchos de los doctores de la Iglesia.
Incluso entre sus hermanos Agustinos en Portugal, su excepcional valor académico y gran perspicacia con la Palabra de Dios fueron en gran parte inadvertidos; y él parecía complacido simplemente sirviendo en la obediencia como maestro de huéspedes de la abadía, y luego usar cualquier tiempo libre para orar, estudiar y acercarse a Jesús. Tal vez nunca se le ocurrió que su inteligencia había superado la de sus hermanos frailes o que tenía un don muy raro de elocuencia y facilidad con las lenguas. Habiéndose hecho un canon Agustino a los 14 años, él se transfirió a los Franciscanos 11 años más tarde, inspirado por los primeros mártires Franciscanos y como ellos quería morir por amor de Cristo a manos de los musulmanes en Marruecos.
¿Un martirio fracasado?
Así fue que, Antonio se marchó a Marruecos, pero en lugar del martirio, contrajo la disentería. En lugar de una muerte gloriosa por el amor de Cristo, cayó muy enfermo y tuvo que regresar a su tierra natal. Pero Dios tenía otros planes.
El buque destinado a llevarlo a Lisboa se encontró en una tormenta tan violenta que de alguna manera terminó en el noreste, en las costas de Sicilia. Allí, después de recuperar su salud lo suficientemente para viajar hacia el norte a la región Toscana de Italia, fue asignado a una ermita franciscana rural, con la tarea comunitaria de ayudar en la cocina.
Una vez más, él estaba feliz de servir en relativa oscuridad porque le dejaba tiempo casi todos los días para oración y el estudio privado, tiempo para profundizar en su conocimiento y amor de Cristo; pero una vez más Dios tenía planes muy diferentes en mente.
El sermón que nadie esperaba
Sucedió que, en ocasión de una ordenación en Forli, ningún fraile estaba dispuesto a predicar ante el obispo local (los obispos pueden ser intimidantes!), excepto este fraile portugués, trabajador de la cocina, que sólo lo hizo por obediencia. Cuando terminó de hablar, sin embargo, sus oyentes estaban concentrados en cada Palabra, con un ardor y amor más profundo de Cristo y rogándole que continuara.
Y así fue que, sus tranquilos días de lavar platos y fregar pisos cesaron precipitosamente. Mientras que permanecía en gran parte oculto entre sus propios frailes, pronto se hizo famoso en toda Italia y Francia. Fue enviado como misionero predicador por el sur de Europa la cual estaba plagada de herejías y confusión general sobre la fe católica. Fue asignado a enseñar en las universidades y a predicar a la gente común en plazas, iglesias e incluso al aire libre.
‘Hemos perdido un padre’
Cuando Antonio murió en Padua en AD 1231, la gente gimió: “Hemos perdido un padre”. De hecho él había alimentado a sus hijos espirituales con el alimento sólido de la palabra de Dios y la enseñanza inspiradora de los doctores de la Iglesia como Agustín, Gregorio y Bernardo (sin saber que un día él mismo se enumeraría entre ellos).
Antonio había ayudado a la gente a descubrir la misericordia de Dios y a encontrar nueva vida a través de una buena confesión. Luchó contra la encarcelación de hombres que no podían pagar sus deudas y presentó con éxito la primera ley que prohibía esta práctica la cual había separado tantas familias. ¿No ha de extrañar entonces que muchos fueran inspirados por San Antonio a confiar en su identidad como amados hijos e hijas de Dios y a creer que la amistad con Cristo, el amado Hijo de Dios, no sólo era posible pero profundamente deseada por Él?
Quizás la paternidad espiritual de San Antonio tuvo sus orígenes en su infancia espiritual. Con frecuencia, San Antonio se había encantado en las palabras de Jesús (Mt 18:3), “Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Siempre había estado contento, dondequiera que el Señor lo llevara, ser considerado de poca importancia a los ojos de los hombres. No sabemos con certeza, pero podría ser que esta es la razón por la que San Antonio de Padua es representado en arte sagrado, cargando al Niño Jesús. Después de todo, la razón por la que Jesús vino al mundo fue para revelar el amor de su Padre, llamar a los pecadores a arrepentirse y renacer como hijos de Dios.
Viviendo en una época donde la paternidad a menudo es mal entendida y mal vivida, y en donde los niños sufren las consecuencias amargas, podríamos decir con la gente de Padua, “hemos perdido nuestro padre”; hemos perdido nuestra confianza en el amor paterno de Dios, perdido nuestro agradecimiento por sus palabras, habladas a través del profeta Jeremías (29:11) “Sé los pensamientos que pienso sobre vosotros…pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza.”
A sacerdotes religiosos y a hombres y mujeres consagrados generalmente se les llama “Padre, Hermano o Hermana” debido a quienes son en Cristo, y a quienes se han hecho por otros. San Antonio nos recuerda la bendición de “hacerse como niños” y también de servir a los demás a través de nuestra llamada hoy a maternidad y paternidad espiritual.