Más que cualquier otro Santo, la Madre de Dios ha ayudado a personas a descubrir la misericordia de Dios. De hecho, es a través de María que la misericordia entró en la historia de la humanidad en la persona misma de su amado hijo, Jesús.
Madre de Misericordia
Desde el primer momento de su existencia, ella estuvo envuelta en misericordia; Dios le preservó de la carga del pecado desde el vientre de su madre. Cuando María visitó a su prima Isabel, alabó a Dios en un hermoso cántico, el Magnificat, que exalta la misericordia de Dios. Ella dijo, “… el Poderoso ha hecho obras grandes por mí … y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. … Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia — como lo había prometido a nuestros padres — en favor de Abraham y su descendencia por siempre” (Lucas 1:46-55).
De una manera muy superior a la de cualquier otra persona humana, María recibió la misericordia y se convirtió en un instrumento de la misericordia de Dios. Porque acompañó a Jesús en el camino al Calvario y se quedó en solidaridad con su sacrificio en la Cruz, ella, de una manera singular, ha experimentado las profundidades de la misericordia de Dios. Fue al pie de la Cruz donde Jesús nos confió a su madre y la confió a nosotros para ser nuestra madre desde ese momento en adelante.
De este misterio, San Juan Pablo II escribió: “Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado el misterio de la cruz, el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el amor: el ‘beso’ dado por la misericordia a la justicia”. Podemos ver por qué la Iglesia la llama la Madre de la Misericordia.
Nuestra Señora de Guadalupe
Porque María compartió tan íntimamente en la misión misericordiosa de su Hijo, Él le concedió el privilegio de llevar este maravilloso misterio a personas de todas las edades y cada lugar. Como el Segundo Concilio Vaticano dijo de ella, “Con su amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada”. Ella ha hecho esto en Lourdes y Loreto, en Fátima y Czestochowa y en América en el lugar hoy conocido como el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
El Papa Francisco ha dedicado el Jubileo de la Misericordia a la Virgen de Guadalupe. Para entender por qué el Santo Padre ha hecho esto, sólo necesitamos leer lo que dijo sobre la Patrona de las Américas, en la vigilia de su fiesta en 2013 AD, “Cuando ella se le apareció a San Juan Diego, su rostro era el de una mujer mestiza y su ropa estaba llena de símbolos de la cultura indígena. Siguiendo el ejemplo de Jesús, María se encuentra junto a sus hijos e hijas, como una madre solícita acompaña su viaje, compartiendo las alegrías y esperanzas, tristezas y angustias del pueblo de Dios”.
A través de la intercesión y protección de Nuestra Señora de Guadalupe, muchos seguidores de su Hijo han vivido las obras de misericordia espirituales y corporales en América desde su aparición en 1531 AD. Por esta razón, dice el Papa Francisco, América se ha convertido en un continente “donde diferentes pueblos pueden vivir juntos, una tierra capaz de respetar la vida humana en todas sus fases, desde el vientre hasta la vejez, capaz de dar la bienvenida a los inmigrantes, así como también a los pobres y marginados de todas las edades”.
San Juan Diego
En el año 2002 el Papa San Juan Pablo II canonizó a Juan Diego, el hombre indio a quien se le apareció Nuestra Señora de Guadalupe y a quien decidió ayudar para llevar la Buena Nueva de Jesús a las tribus de muchos y variados pueblos de América; para demostrar cómo la fe en Cristo trae personas a ser amados hijos e hijas del Padre, sin necesidad de renunciar a su identidad indígena.
María tiene un papel único en ayudarnos a descubrir la paternidad amorosa de Dios y hacer propias las palabras de Jesús, “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mateo 11:25).
Antes de la aparición de nuestra Señora de Guadalupe en México, los esfuerzos humanos para evangelizar a los indígenas de América habían fallado miserablemente. Muchos de los que vinieron de Europa, hace 500 años, hicieron parecer al cristianismo como una religión de los Conquistadores, una religión carente de compasión y apuntada a la dominación a través de poder militar. Pero Nuestra Señora de Guadalupe cambió todo eso. Ella demostró ser no sólo la Madre de Dios, sino también Madre de Su pueblo. A través de su elección de Juan Diego para ser su mensajero, ella superó la falibilidad de los esfuerzos humanos, incluso el escándalo de agresión injusta por un ejército conquistador de los cristianos bautizados. Ella demostró ser verdaderamente la Madre de la Misericordia.
Al comenzar el Jubileo de la Misericordia, el Señor nos llama nuevamente para ser discípulos misioneros de Jesús y servidores de Su misericordia. Él nos promete bendiciones abundantes al pasar por las puertas del Jubileo para acercarse al trono de la gracia, es decir, acercarse a la Cruz de Cristo como la Madre de la Misericordia lo hizo. “Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno” (Hebreos 4:16). Abrazemos esta obra de fe con confianza, sabiendo que Nuestra Señora de Guadalupe nos ayuda con su intercesión y su gentil atención.