[dropcap]A[/dropcap]nselmo fue elegido para dirigir la Iglesia en Inglaterra, en un tiempo en el que el Rey William Rufus quería a un arzobispo de Canterbury débil, un hombre al que pudiera controlar y utilizar para su propio beneficio. Anselmo, por su parte, no quería ser obispo; pidió no ser escogido, deseando permanecer en su monasterio en Bec, Francia, donde estaba sirviendo con gusto como el Abad. Pero una vez elegido, Anselmo se lanzó con fuerza a la tarea y luchó decididamente por la libertad religiosa. Lo hizo sin dejar de amar al rey pero con el amor de Dios en primer lugar: un ejemplo que sería imitado y llevado adelante por otros santos ingleses como los mártires Tomás Becket (su succesor en Canterbury), Juan Fisher y Tomás More.
Anselmo estaba dispuesto a sufrir personalmente la arrogancia y el desprecio del rey pero él no estaba dispuesto a comprometer la libertad de la Iglesia — sin importar el costo a sí mismo, aunque la mayoría de sus hermanos en el episcopado en Inglaterra estaban felices “yendo con la corriente”.
Después de haber vivido fielmente más de 30 años como monje, Anselmo sabía que el amor sin raíces en la verdad no es amor; la misericordia aparte de la justicia no es misericordia. Aquellos que sufren los defectos de los demás con paciencia no comprometan la verdad o el amor, la justicia o la misericordia. Hablan la verdad en el amor y aman en verdad.
Sufrir los defectos de los demás con paciencia confunde nuestro sentido de justicia. Va en contra de nuestro sentido de justicia. Y sin embargo, es una de las obras de misericordia, recomendada por el Papa Francisco y elogiada siempre por la Iglesia. El amor es paciente, dice San Pablo (cf. 1 Cor 13:4). A menos que uno esté dispuesto a sufrir por aquellos que él ama es incapaz de permanecer fiel. San Cipriano, un valeroso mártir del siglo III, lo dijo de esta manera, “Quítale la paciencia, y él queda abandonado, el amor no durará; quítale la esencia de aguantar y tolerar, y él trata de durar sin raíces ni fuerza.”
Incluso en los matrimonios más felices, o los mejores monasterios, siempre se requiere paciencia. En la mejor de las amistades, se requiere. No es de extrañar entonces, que fuese necesaria cuando el arzobispo Anselmo estuvo obligado a oponerse al rey en la plaza pública con el fin de defender los derechos de la Iglesia. Esto traería un costo grande a Anselmo, pero estaba dispuesto a pagarlo. Dice Jesús (Mt 5:46), “… Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene? También los cobradores de impuestos lo hacen. Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de especial? También los paganos se comportan así”. Anselmo había aprendido con la gracia de Dios a amar a monjes difíciles en comunidad; ahora tenía que amar a un rey que quería manipular la Iglesia para obtener beneficios personales y políticos.
Para sufrir los defectos de los demás con paciencia y defender la libertad religiosa y los derechos de conciencia, tenemos que confiar en que al final prevalecerá el plan amoroso de Dios. San Pablo escribe (1 Cor 13:8), “El amor nunca falla”. Puede parecer fracaso, puede parecer demasiado débil para prevalecer y casi impotente frente al mal. Pero, de hecho, Dios es amor, y su amor perdura para siempre.
Anselmo no sufrió el mal indiscriminadamente. Aunque lo forzaron al exilio dos veces (por cerca de tres años cada vez) por haber defendido la libertad de la Iglesia, nunca dejó de esforzarse para trabajar con el rey y para dar a él y a su oficina el respeto que merecían. Aun más importante, todas las dificultades que Anselmo tuvo que soportar no amargaron a su corazón ni disminuyeron su alabanza a Dios. Cada día, con mucho gusto hizo suya las palabras del Salmo 136, “Cantaré eternamente la misericordia del Señor”.
Sufrir los defectos de los demás con paciencia tienes que confiar en Dios, creer firmemente en sus promesas (Jer. 29: 11) “Porque yo sé bien los proyectos que tengo sobre ustedes -dice el Señor-, proyectos de prosperidad y no de desgracia, de daros un porvenir lleno de esperanza”.
Anselmo sabía que su propio juicio no a veces era correcto, y que el rey en ocasiones podría no estar equivocado. En un mundo donde el “padre de mentiras” está trabajando constantemente, y donde nuestras mentes finitas sólo ven una parte de la entera, las mentes sinceras pueden legítimamente estar en desacuerdo . Pero esto dio razón mayor a Anselmo para llevar con paciencia los ‘defectos”. Porque como no se puede resolver la cuestión de quien está equivocado, es aún más importante soportar pacientemente “el mal” hasta que el dilema se puede resolver con justicia. Cuando sufrimos los defectos con paciencia, incluyendo los “males” que no pueden resolverse, Cristo está presente entre nosotros; y en él, la verdad y la misericordia prevalecen.