Hace unos días los defensores del “derecho a elegir” (el aborto) se anotaron lo que para ellos seguramente representa una victoria. El Tribunal Supremo del país pasó por encima del arduo esfuerzo que estados como Texas y Arizona han realizado por años para restringir la disponibilidad del aborto, y así salvar las vidas de miles de bebés indefensos en el vientre de su madre.
La ley de Texas en cuestión, obligaba entre otras cosas a clínicas abortistas, como las de Planned Parenthood, a cumplir con las mismas exigencias que ya cumplen los hospitales en cuanto a equipamiento. De permanecer en pie la medida habría logrado cerrar un gran número de clínicas abortistas y así salvar muchas vidas. El ejemplo de Texas seguramente habría sido seguido por otros estados provida.
Por su parte el presidente Barack Obama celebró el fallo diciendo: “Me complace ver cómo el Tribunal Supremo protege los derechos y la salud de la mujer”. Así le dicen en EE.UU. al aborto, “derechos” o “salud” para la mujer. Pero no fue un derecho constitucional el que se defendió, más bien un derecho creado por el poder judicial, que a la mayoría del Tribunal Supremo hoy parece importarle más que aquellos derechos explícitamente protegidos por la Constitución como el derecho a la vida contenido en la enmienda número 14.
En las palabras del juez Clarence Thomas, quien escribió una opinión disidente luego del fallo “la mayoría (de jueces en esta corte) nomina a esta Corte como el Consejo Médico ex oficio (por virtud de sus actos) del país, con poderes para desaprobar prácticas operativas y médicas y normas alrededor de los EE.UU.”. Es decir, ahora los jueces de la Corte Suprema también se creen médicos.
El juez Thomas, con quien un servidor está total acuerdo, parece a haber perdido respeto por la Corte Suprema “si nuestros casos más recientes ilustran algo, es la facilidad con la que esta Corte manipula los niveles de investigación para lograr los resultados deseados”.
Pues señores, con este reciente fallo de la Corte Suprema en realidad perdemos todos. Pierde el peso que siempre habían tenido los derechos constitucionales en EE.UU. para cederle su puesto a los cada vez más arbitrarios derechos creados por la Corte Suprema; pierden autonomía los estados y gana despotismo el gobierno federal; pero lo peor de todo es que perderán la vida miles de bebés en clínicas que habrían sido cerradas y ahora continuaran llevando a cabo el genocidio enmascarado del siglo XXI, el sucio negocio del aborto.