Hoy quiero considerar el trabajo pastoral de los sacerdotes, que, en la dirección espiritual y confesión, buscan ayudar a otros a encontrar la Amoris Laetitia, “La alegría del amor”. Previamente durante este año, el Papa Francisco, que ha hecho de la confesión un tema constante de su pontificado, escribió en su reciente libro, “El Nombre de Dios es Misericordia”, “Es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en ese momento es el trámite de la gracia que me llega y me cura”.
Como un confesor, esto es un honor y una gran responsabilidad para acompañar e iluminar a los fieles en el sacramento de la confesión. De esta manera, estoy ejerciendo “el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace excepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso” (CIC 1465). Aquí ni yo ni alguno de mis hermanos sacerdotes son un “dueño, sino el servidor del perdón de Dios” (CIC 1466). Tampoco somos dueños de los mandamientos que Dios, en su amor, nos ha dado. De hecho, somos también siervos de los mandamientos y podemos no cambiar o eliminarlos.
Por este motivo, estamos llamados a “tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con paciencia hacia su curación y su plena madurez”
(CIC 1466).
En Amoris Laetitia, el Papa Francisco habla de la necesidad de alentar a los jóvenes a vivir el amor auténtico. El confesionario es definitivamente un lugar para que eso suceda, sobre todo para aquellos que buscan vivir la grandeza de la vocación de ser esposos o esposas. Esto es importante incluso para aquellos que aún no están casados o que estén recién casados cómo las gracias del sacramento apelan a su capacidad “de generosidad, de compromiso, de amor e incluso de heroísmo, para invitarles a aceptar con entusiasmo y valentía el desafío del matrimonio”. (AL 40).
Para aquellos que están casados en la Iglesia, nosotros los párrocos estamos llamados a alentar a las familias a crecer en la fe. Aquí el Santo Padre alienta “la confesión frecuente, la dirección espiritual, la asistencia a retiros … también … oración familiar durante la semana, porque ‘la familia que reza unida permanece unida’” (AL 227). Destaca especialmente “la fuerza de la gracia que experimentan en la Reconciliación sacramental y en la Eucaristía, que les permite sobrellevar los desafíos del matrimonio y la familia” (AL 38).
Es así, es adentro del confesionario en que la sensible labor de acompañamiento se ofrece a quienes estén en situaciones difíciles, ya sea divorcio o en una unión subsecuente a matrimonio. Al considerar el papel del sacerdote en confesión o en dirección pastoral ordinaria de los fieles, afirma que “los presbíteros tienen la tarea de ‘acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia’” (AL 300). Esto, afirma, se hace de tal manera que promueve la reflexión y el arrepentimiento que incluye discernimiento que “orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios” (AL 300).
Amoris Laetitia, como dice el Santo Padre, no pretende dar “una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos” (AL 300), pero incluye el estímulo a hacer todo lo posible para tratar de reconciliar a todos los fieles a la plenitud de la vida sacramental. Aquí el Santo Padre menciona “el fuero interno” como el lugar de acompañamiento espiritual y la iluminación para aquellos que buscan a ser hechos conforme al amor de Dios para ellos. El fuero interno es el lugar de examen privado y confidencial con el párroco de cómo alcanzar la plena integración en la vida sacramental de la Iglesia. A veces, esto ha sido incorrectamente utilizado como un lugar donde se podría tomar una decisión privada sobre la validez de un matrimonio. Esto, como la Iglesia ha hecho claro en varias ocasiones, no es el caso. Un sacerdote no está libre para prescindir de un miembro de la Iglesia de sus votos, sobre todo de manera privada que no tiene en cuenta la voluntad y el entendimiento de todas las partes involucradas. Como Jesús, nuestro Señor dijo muy claramente “… que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mateo 19:6). Estas decisiones importantes y pesadas, en cambio, gozan de un debido proceso dentro de la Iglesia a la luz del derecho canónico.
El “fuero interno” tampoco es un lugar donde un sacerdote puede prescindir de las palabras del Señor sobre el matrimonio: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio” (Marcos 10:11f). Aquí la dirección del sacerdote se dirige hacia “la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. …, este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia” (AL 300).
A mis hermanos sacerdotes, comparto los sentimientos del Papa Francisco, quien escribió, en su mensaje al mundo con motivo de un Año de la Misericordia “nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus 17). Y a los fieles, nunca me cansaré de invitarte a la potencia de la misericordia de Dios y, con la guía de sus pastores, para experimentar la “Alegría del Amor”.