“Toma al niño y su madre, huye a Egipto …”. Con este comando del ángel, José, en medio de la noche, huyó de la masacre que Rey Herodes planificó para el niño Jesús; y la Sagrada Familia se convirtieron en refugiados (Mateo 2:13f).
Aunque es cierto que Egipto había sido un lugar de refugio para la gente judía durante siglos, y que una población judía considerable residió en diversas partes del país en aquel momento, sobre todo en Alejandría, no obstante, el niño Jesús y sus padres no fueron ahorrados la incertidumbre, el peligro y la dificultad que es la porción diaria de los refugiados. Lamentablemente, este drama trágico del sufrimiento humano ha escalado enormemente en los últimos años.
Hoy en día, hay más niños refugiados jamás visto en la historia. Al menos 20 millones de refugiados vulnerables han sido forzosamente desplazados en todo el mundo; una gran parte de ellos son niños. Por esta razón, el 8 de septiembre de este año, el Papa Francisco se sintió obligado a “llamar la atención sobre la realidad de los emigrantes menores de edad, especialmente los que están solos”. En su mensaje, nos recordó que “en Jesús [Dios] se ha hecho niño” para expresar su “cercanía afectuosa hacia los más pequeños y débiles”. Extender la solidaridad con los niños refugiados sigue siendo una parte integral de la misión que confió a sus discípulos (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2017: “Emigrantes menores de edad, vulnerables y sin voz”).
Los niños migrantes son especialmente vulnerables e indefensos de tres maneras: primera, simplemente porque son niños; en segundo lugar, porque son extranjeros; y tercero, porque no tienen ninguna manera de protegerse.
Las razones de muchos niños refugiados son numerosas; incluyen violencia, pobreza, riesgos ambientales y la explotación por las personas sin escrúpulos que buscan hacer una ganancia rápida. Sin adultos que les acompañan, estos niños a menudo terminan en los niveles más bajos de degradación humana, incapaz de defenderse. El tráfico de los niños y el abuso de menores son delitos que están trágicamente aumentando en nuestro día.
¿Qué podemos hacer nosotros que amamos a Jesús para los niños migrantes hoy? Tal vez deberíamos empezar por recordar la exhortación de Dios a Moisés en el momento del Éxodo (Deuteronomio 10: 17-19), “El Señor, su Dios … que no hace acepción de personas ni se deja sobornar … hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero …. También ustedes amarán al extranjero, ya que han sido extranjeros en Egipto”.
La migración está en nuestro ADN como discípulos de Jesús; es parte integrante de nuestra historia de salvación. La Iglesia está compuesta por miembros de “todas las naciónes, familiaas, pueblos y lenguas” (Apocalipsis 7:9). Nosotros que somos cristianos, junto con nuestros hermanos y hermanas judíos, sabemos la bendición de ser acogidos por otros y sabemos que es nuestro deber y honor dar la bienvenida al extranjero, especialmente los que son los niños. Como el Santo Padre escribió (ibíd.), “Cada uno es valioso, las personas son más importantes que las cosas, y el valor de cada institución se mide por el modo en que trata la vida y la dignidad del ser humano, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, como es el caso de los niños emigrantes”.
Durante más de un siglo, la Iglesia ha tomado el liderazgo en la hospitalidad de nuestro país a los migrantes y refugiados. Aquí en los Estados Unidos – el único país del mundo que acepta refugiados menores no acompañados — Caridades Católicas ha estado a la vanguardia de estos esfuerzos de dar la bienvenida, en colaboración con los párrocos y laicos en las parroquias individuales, así como la agencia de Migración y Refugiados de la Conferencia de Obispos del EE UU. Estoy profundamente agradecido por la contribución vital que se ha hecho en este sentido aquí en Arizona por nuestra propia agencia de Caridades Católicas, que sirve a los niños refugiados no acompañados y familias de refugiados enteros que han sido desplazadas de sus países de origen. Estos esfuerzos merecen y necesitan nuestro apoyo y colaboración para garantizar la seguridad y la protección de niños migrantes y, cuando no pueden ser repatriados con seguridad, para ayudarles a integrarse en la sociedad estadounidense. Junto a ellos, tenemos que buscar soluciones a largo plazo. Como nuestro Santo Padre escribió (ibíd.), “Puesto que este es un fenómeno complejo, la cuestión de los emigrantes menores de edad se debe afrontar desde la raíz. Las guerras, la violación de los derechos humanos, la corrupción, la pobreza, los desequilibrios y desastres ambientales son parte de las causas del problema”.
Como recordamos a Jesús, como un niño pequeño, durante esta temporada santa, sufrió las penurias de ser un refugiado junto con María y José, que no nos cansemos de dar la bienvenida al Señor Jesús entre los más pequeños y más vulnerables que vienen, en nuestros días, a nuestra querida patria.