“Haced lo que él os diga” (Juan 2:5). Estas palabras de la Madre de Dios en la Fiesta de la Boda de Caná son como un faro luminoso que señala el camino de nuestra felicidad y el Corazón de Cristo. No es por casualidad que el Apóstol que las escribió fue Juan, el Discípulo Amado, que, en la Última Cena, reclinó su cabeza cerca del corazón de Jesús. También fue el único Apóstol presente al pie de la Cruz y a quien Jesús encomendó Su madre para ser nuestra madre también.
Muchos siglos después de eso, hace 100 años, Nuestra Señora de Fátima se apareció a tres niños en Portugal, pidiendo oración y penitencia para traernos más cercanos a su Amado Hijo. Así que, ¿qué les pidió Jesús a Sus seguidores hacer hace 20 siglos atrás, y que es lo qué Él nos está diciendo hoy a través de Nuestra Señora de Fátima?.
Su primer comando: arrepentirse y creer
Desde el momento en que Jesús comenzó su ministerio público, audazmente afirmó que, “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Marcos 1:15). Con un espíritu de autoridad que nunca se había visto antes, despertó la mente y el corazón a su misión de derrocar el reino de Satanás y anunciar el Reino de Dios. El corazón de Jesús sintió por la gente, sabiendo que el pecado pesaba sobre sus almas y estaba causando estragos en sus vidas. “Muchos”, advirtió, están tomando “el camino que lleva a la perdición”, pero “pocos” están tomando “el camino que lleva a la vida” (Mateo 7:13).
Nuestra Señora de Fátima repite la advertencia de Jesús de la fuerza destructora del pecado, que rompe el matrimonio y la vida familiar, siembra la discordia entre los pueblos y naciones y siembra dudas e incredulidad donde la fe católica había sido fuerte.
Desde el comienzo de su ministerio público, Jesús llamó a la conversión de corazón y obediencia de la fe. “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7:21).
Escuchar Su voz
Mucho antes de que María dijera, “Haced lo que él os diga” ella había aprendido a reconocer la voz de Dios, buscar su ayuda en oración, luego a discernir lo que pedía a ponerla en práctica. Vemos un buen ejemplo de esta discípula fiel al tiempo en que el Ángel Gabriel anunció el plan para que ella sea la Madre de Dios.
Cuando el Ángel entró en la presencia de María con este mensaje de lo alto, parecía que él estaba pidiendo abandonar una promesa que ya había hecho a Él. Por lo que ella respondió: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lucas 1:34). Ella dijo esto no de rebelión a la voluntad de Dios, sino con sinceridad de corazón, tratando de entender cómo Dios podía abandonar su promesa de seguir siendo una virgen. El Ángel entonces aseguró a María, “porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lucas 1:37).
María nos enseña que “hacer lo que el Señor pide” puede ser difícil, que requiere discernimiento orante, disposición a renunciar a nuestros propios planes y permitir que el Señor sea el Amo de nuestras vidas. Aun así, María dio un incondicional “Sí” al plan de Dios, confiando totalmente en Su bondad. Ella entregó no sólo una cosa sino su propio ser, “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según Tu palabra” (Lucas 1:38).
‘Haced lo que Él os diga’
Pensemos por un momento. … Algunas cosas en nuestras vidas han tenido más poder sobre nosotros que las expectativas de la madre: una simple mirada en nuestra dirección o en pocas palabras son tal vez lo suficiente para motivarnos. ¡Las expectativas de la madre son potentes! Cuando bajó vino a la Fiesta de la Boda de Caná, María no le dijo a Jesús qué hacer. Dijo tres palabras sencillas a su hijo: “No tienen vino” (Juan 2:3). Y, volviéndose a los funcionarios dice, “Haced lo que Él os diga”. Increíblemente entonces, sobre las palabras de María, ocurrió el primer milagro de nuestro Salvador. Tal es el poder de la expectativa de la madre.
Cuando Jesús hablaba acerca de su misión en el mundo, dijo, “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos”. Dios nos creó a Su imagen y semejanza; por lo tanto, sólo cuando queremos ser como Él, que se regocijaba de ser un hijo y siervo del Padre, podemos encontrar la felicidad en esta vida y ser feliz con Él para siempre en el cielo.
A lo largo de los siglos, en todas las edades y en todos los continentes, María continúa su rol maternal, ayudándonos a imitar a su Amado Hijo. Esto es exactamente lo que estaba haciendo cuando ella apareció a los niños en Fátima. Esto es lo que ella nos asiste en nuestro tiempo y lugar en la historia. Nos regocijamos, entonces, en ser invitado por María para hacer la voluntad del Señor, convirtiéndose en discípulos fieles y amados de Jesús.