Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: “Realmente este hombre era un justo”.
— Lucas 23:44-47
Pascua: ¡una victoria definitiva!
Muere la luz, los pájaros no regresan al nido, cae el árbol vencido por el tiempo, se deshacen las rocas, huyen los sueños, desaparecen los apellidos, se agotan las fortunas, se secan los ríos, se extingue la esperanza. ¿Y el hombre?
La muerte nos roba todo lo que hemos acumulado durante muchos años, nos arrebata la experiencia, borra el buen nombre, marchita el arte, amenaza toda alegría, separa a los hermanos, dispersa a los amigos. En cambio, nos devuelve un cadáver, un poco de huesos, un puñado de polvo, un epitafio, una leyenda borrosa, al final percibimos que somos nada ….
Vivimos bajo el signo de la angustia. Porque “todavía no hemos entendido las escrituras, que Él había de resucitar de entre los muertos”. Amamos a Cristo, es verdad, pero como María Magdalena no atinamos a saber dónde le han puesto.
Sin embargo, el Señor desea encontrarse con nosotros para sanar nuestra desesperanza. A Magdalena le busca nuevamente en el sepulcro. Se le aparece en figura de jardinero. A Pedro se le presenta como el amigo de siempre, sin recordar sus negaciones. Para los viajeros de Emaús es un compañero de camino.
Todo esto sucedió aquel domingo, “el primer día de la semana”, el primer día de un mundo nuevo, de una historia renovada ¿Y nosotros?
“Vengan a ver” nos dirán los ángeles que custodian la tumba, después de que los guardas han huido. Antes estaba en el sepulcro, ahora le hallamos glorioso en los cielos y vivo en su Iglesia.
Cristo vive y nos transforma. Viaja en la historia, adherido como la luz al calor, como la velocidad al movimiento. Lo hallamos en el amanecer de este domingo, que ilumina los sepulcros de nuestros seres queridos y le da otro resplandor, otra figura, otro poder, otra proporción a nuestra propia muerte.
Algunos aún no lo hemos empezado a buscar “dónde le han puesto”. Otros ya lo encontraron. Pero todos sentimos que el universo es distinto de hoy en adelante, porque Él ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Pascua es vivir al estilo de Jesús, es decir, vivir para amar.
¡Felices Pascuas!