Primer de una serie
Este mes, empiezo una nueva serie que se ocupa de los escándalos de la Iglesia que salieron a la luz en nuestro país este verano pasado. Desde entonces, he tenido numerosas oportunidades de escuchar a sacerdotes y fieles laicos de nuestra diócesis así como de hermanos en el episcopado de nuestro país. Estas reuniones me han motivado a reflexionar profundamente sobre la situación actual. Ahora deseo compartir algunas reflexiones con ustedes mientras le pedimos al Señor para llevarnos hacia adelante con esperanza.
En los próximos meses, reflexionaré sobre algunos de los factores que llevaron a esta grave situación tal como la mala formación de los sacerdotes. Voy a mirar a lo que el sacerdocio es según el Señor y Su Iglesia y luego a las mejoras introducidas en la formación del seminario, así como qué más se podría hacer de ahora en adelante para proteger a nuestra Iglesia de estos males. Por último, consideraré los factores probados y válidos que permiten que el sacerdocio sea vivido en santidad en nuestros días.
Las noticias del verano pasado incluyeron la revelación de años de abuso por un cardenal de alto rango en la Iglesia y el informe del gran jurado de Pennsylvania que investigó los abusos por el clero durante los últimos 70 años. Estos graves delitos incluyen abuso sexual de niños y adultos vulnerables, así como el abuso del poder para encubrir tales conductas. Lo que desde entonces ha seguido son las investigaciones de muchas diócesis, la pérdida de credibilidad en el liderazgo en la Iglesia y más dolorosamente, el daño hecho a la fe de muchos que se han escandalizado y aún dejaron la Iglesia. Revelaciones de esos actos atroces y vergonzosos cometidos por sacerdotes y obispos han traído adelante una tormenta de los medios de comunicación e indignación tanto dentro como fuera de la Iglesia mientras estos fracasos morales penetraron profundamente en la jerarquía.
¿Esto te duele? ¿Te hace enojar? ¡Debería causar estas reacciones! Estos pecados hieren el Cuerpo de Cristo en que nos hemos sido unidos en el bautismo. Sacerdotes y obispos que fueron ordenados para traer unidad, sanación y fuerza han traído división, dolor y debilidad. Si esto no nos molesta y aun nos hace enojar, algo está mal. Lamentablemente, los más afectados por estos pecados son los más vulnerables.
Administradores de la ira
En los últimos meses, he llegado a creer que debemos ser buenos administradores de nuestra ira. No queremos ira inmoderada que conduce al odio y al daño de los demás. Pero la emoción de la ira nos señala que algo está mal y es injusto. ¿Quien no siente rabia al enterarse del abuso de un niño? ¿Quien no se molestaría profundamente por la negación de su petición de ayuda? Tal enojo nos ayuda a reconocer y responder al abuso y la injusticia.
Para ser buenos administradores de la ira, tenemos que traer esa injusticia ante Jesús y con Él, discernir cómo proceder. Esta emoción no debe ser suprimida sino llevada a la Cruz del Señor. Es allí, en oración, que podemos llegar a saber si nuestra ira es justa o no. La ira sirve bien en la medida en que es presentada según la recta razón y lleva al servicio de la justicia.
Enfrentar el escándalo con fe
Nuestro Señor nos dio muchos ejemplos de ser directo y claro ante el mal. Enfrentó al espíritu inmundo que deseó destruir la vida de un hombre poseído (cf. Mc 5:1-20). Jesús se enfrentó a los cambistas y vendedores que interrumpen la oración y la adoración de Dios en el templo (cf. Jn 2:13-22). Y cuando los niños intentaban venir a Él, se convirtió en “indignado” y se enfrentó a los que querían mantener a los niños lejos de su amor y cuidado (Mc 10:14).
No hay nada amoroso ni bueno sobre la falta de abordar el mal. Esto es especialmente el caso con el abuso y el escándalo que actualmente afligen a la Iglesia. Mientras que en artículos futuros, examinaré algunos de los factores que han llevado a la situación actual, por ahora, hay que decir que se debe enfrentar directamente.
Cuando profesamos el Credo Niceno en la liturgia, afirmamos nuestra creencia en “una, Iglesia Santa, Católica y Apostólica”. Nota que nosotros no creemos en miembros y ministros santos de la Iglesia. La Iglesia siempre ha tenido ministros pecaminosos que se remonta a un apóstol que traicionó a Jesús y los 10 que lo abandonaron cuando más los necesitaba. Sin embargo, el Señor estableció Su Iglesia y, como lo expresa el Catecismo (824), en ella está depositada “la plenitud de los medios de salvación” que “conseguimos la santidad por la gracia de Dios”. La Iglesia, “abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación” (827). Creemos en la promesa de Jesús que “el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16:18). Por la fe, sabemos que no prevalecerá el mal actual que nos enfrentamos. Nuestra fe en la Iglesia de Cristo, mientras nos mantiene de desesperación y temor indebido, nos anima a estar seguros de parte de la renovación.
Un tiempo para Santos
Esta no es la primera vez que un mal tan grave ha acosado a la Iglesia. Durante los tiempos de grandes santos como Atanasio, Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Carlos Borromeo, hubo grandes luchas espirituales y morales, incluyendo los atroces pecados del clero. Algunas de las divisiones y los pecados de aquellos tiempos aún están dañando el Cuerpo de Cristo hoy. Sin embargo, precisamente en aquellos tiempos difíciles de Santos éstos brillaron notablemente porque resistieron dos grandes tentaciones:
- dejar la fe a causa de los pecados del clero; y
- decir, “mi fe está en Cristo Jesús solamente; es totalmente independiente de los sacerdotes y obispos que cometieron tales actos de maldad”.
Aunque hay algo de verdad en esta declaración, los santos van un paso más allá. En lugar de simplemente buscar por su propio bien, los santos reconocen que cuando el Cuerpo de Cristo sufre, es Jesús que sufre. Esta es la lección que el futuro San Pablo aprendió cuando el Señor le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?” (He 9:4). Mientras que los pecados de otros no deben aplastar nuestra fe, viendo ellos y su impacto nocivo en la Iglesia puede movernos a ser canal de santidad y de gracia para la renovación de la Iglesia.
Este no es un momento de temor o pérdida de confianza. Dios nos ha puesto en este momento de la historia; Él puede y desea trabajar a través de nosotros ahora. ¿Cuándo la Iglesia ha tenido mayor necesidad para el clero y todos los bautizados de ser fiel y verdadera a Él? Nuestro Señor, que está presente en la Eucaristía, misericordioso para con nosotros en el confesionario, nos protege a través de su Santísima Madre y todos los Santos y nos animan a través de la solidaridad uno con el otro siempre respetarnos cuando buscamos renovación en su Iglesia.
Tal vez estas palabras de la oración de Santa Catalina de Siena (“Diágolo de la Divina Providencia” 134) nos pueden guiar:
“Tú dijiste, Padre Eterno, que debido a Su amor por Sus criaturas y a través de las oraciones y los sufrimientos inocentes de Tus siervos, tendrías piedad del mundo y reformarías la Iglesia Santa y así darnos refrigerio. ¡No esperes más, entonces, vuelven los ojos de Tu misericordia. Porque es Tu voluntad para respondernos antes de que llamamos, responde ahora con la voz de Tu misericordia”.