Santa, pero con necesidad de la purificación
Segunda de una serie
Durante siglos, la Iglesia se ha referido como la “Barca de San Pedro” pasando por encima de las aguas hacia su destino celestial. Fue en el barco de Pedro que Jesús se sentó mientras Él enseñó a las multitudes (cf. Lc 5). La barca era un lugar de peligro en varias ocasiones cuando Jesús y Sus Apóstoles navegaban en el mar de Galilea. Los marineros siempre deben ser conscientes de las tormentas en el mar, sobre todo de lo que se llamaría una tormenta perfecta.
En mi columna más reciente, comencé a dirigir los actuales escándalos que la Iglesia ha sufrido debido al atroz comportamiento de algunos sacerdotes en las últimas décadas. Para nosotros, como discípulos de Jesús, es importante enfrentarlo directamente permaneciendo fieles al Señor. Jesús sabía muy bien que la Iglesia sufriría los pecados de sus miembros a lo largo de la historia, empezando por los de Judas y los demás Apóstoles. Cuando Él estableció Su Iglesia, prometió que soportaría las puertas del infierno. La historia ha demostrado que la Iglesia ha soportado otros escándalos graves durante los siglos. En unión con su Señor, estamos más protegidos de las tormentas de este mundo.
Ahora, veamos algunos factores que contribuyeron a la “tormenta perfecta” en la cultura y la Iglesia en las últimas décadas y que permitieron un ambiente donde podrían tomar lugar tales males y no se trataron con ellos de una manera rápida y eficaz.
La Revolución Sexual
La Revolución Sexual condujo al cambio de actitudes hacia la sexualidad humana a partir de mediados del siglo pasado y continúa a este día. Esta revolución prometió “amor libre”, felicidad y liberación de gravamen aparente de la religión y tradición, especialmente los Mandamientos. Líderes de la Iglesia, en medio de estos cambios de pensamiento y práctica, aunque tiene la plenitud de la verdad sobre la persona humana, fracasó en detectar y abordar, con suficiente audacia, claridad y rapidez, las mentiras que se habían colado en la cultura. Lamentablemente, el enfoque excesivo en el placer sexual, la reducción y etiquetado de las personas a sus atracciones (LGBTQ, etc.) y la visualización de las personas como objetos de placer han llevado a un número sin precedente de infidelidad, divorcio, soledad y abuso en la mayor cultura. La fruta amarga de estas actitudes y actos nos rodea. La defensa de licencia sexual, vista en leyes recientes como la que fue aprobada en el estado de Nueva York, va tan lejos como para permitir el asesinato de un niño hasta el momento del nacimiento.
Respuestas inadecuadas a esta crisis, como silencio o moralizar áspero, nos privaron de proclamar el amor de Dios ante una sesgada comprensión de la persona humana. Una respuesta adecuada, sin embargo, llegó desde el Papa San Juan Pablo II, quien ofreció una comprensión más profunda del verdadero amor en lo que él llamó la Teología del Cuerpo. Es una bendición ver estudio más profundo de su teología tomando lugar ahora, estudio que propone la buena noticia de una mayor llamada al amor que somos hechos por Dios.
Relacionado con la confusión general sobre el amor humano causada por la Revolución Sexual, también sufrió de una insuficiente comprensión del celibato sacerdotal. Como ha dicho el Papa Francisco, “el celibato es un don para la Iglesia” (Conferencia de prensa, el 27 de enero del 2019). De hecho, en un mundo que cree que placeres sexuales deben tener reinado libre, incluso a costa de inocentes niños no nacidos, hay necesidad de los hombres y mujeres que proclaman por sus vidas que el último amor y la plenitud provienen de Dios y que el autodominio es ciertamente posible con la gracia de Dios. El celibato casto, recibido como un don de Dios y formado por medio de la dirección espiritual y humana, es una respuesta necesaria a una idea falsa de “amor libre”.
Los Seminarios Débiles y Confusión Teológica
Vemos claramente ahora que los líderes de la Iglesia fracasaron en evaluar adecuadamente a los solicitantes para el sacerdocio durante la confusión causada por la Revolución Sexual. En los seminarios, donde hombres jóvenes son formados como verdaderos siervos de Jesús y Su Iglesia, a menudo se asumieron que las cualidades humanas y espirituales del hombre estaban presentes y suficientes. Esto fue una mala suposición, y condujo a muy poca consideración de las virtudes humanas de un hombre y de su relación con Jesucristo. Como resultado, algunos candidatos no aptos para ministerio fueron aceptados.
En las décadas de 1970 y 1980 especialmente, muchos seminarios eran lugares de disidencia en las enseñanzas ortodoxas sobre las Escrituras, la teología y sobre todo la ética sexual. Por ejemplo, la dimensión conyugal masculina en la que un sacerdote está llamado a amar como Cristo amó a Su Novia la Iglesia (cf. Ef 5) no era enseñada mucho en absoluto. Como resultado, el sacerdocio era visto con demasiada frecuencia, no como una vida de amor masculino, sino perteneciendo sólo a ciertas funciones ministeriales. Erróneamente se pensaba entre algunos que cambiaría la naturaleza del sacerdocio mismo. Lamentablemente, algunos seminarios se convirtieron en lugares con no sólo los hombres que carecían de un verdadero llamado de Jesús al sacerdocio pero incluso donde surgió una subcultura homosexual. Es difícil de negar este problema teniendo en cuenta el alto porcentaje de casos de abusos ocurridos entre hombres y niños post-pubescentes.
El Clericalismo y la Autocomplacencia
En varias ocasiones, nuestro Santo Padre ha dicho que el clericalismo desempeñó un papel en los escándalos actuales en que los sacerdotes y obispos intentaron encubrir los abusos. La estima desproporcionada para los sacerdotes por los fieles, a veces, era (y todavía puede ser) problemático. Un sacerdote es un hombre, un pecador redimido por Cristo, como todos los demás; aún así, es enviado para servir, no para ser servido (cf. Mc 10). Tiene un llamado sagrado como custodio y ministro de los sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía, sagrados misterios esenciales para nuestra salvación. Poner a un sacerdote en un pedestal, no sólo no reconoce su llamado a ser un siervo, pero puede invitar a algunos a entrar en el sacerdocio para segundas intenciones como una “vida cómoda”. Nada podría estar más lejos de la intención de Jesús al sacerdocio.
Uno debe entrar en el sacerdocio por medio de un llamado de Jesús a compartir Su misión. Esa misión es proclamar a Cristo crucificado y resucitado de entre los muertos. Especialmente en este país, líderes de la Iglesia han sido lentos para abrazar esta misión y se han instalados para simplemente mantener la membresía Católica en lugar de evangelizar audazmente la cultura. En lugar de ser Católica por convicción y una profunda relación con Jesús, la fe ha sido para muchos algo meramente cultural. Algunos pueden decir que son Católicos porque son irlandeses o mexicanos, en lugar de porque ellos conocen a Jesucristo personalmente y que lo aman como su Salvador y Señor. Como dijo recientemente el Arzobispo José H. Gómez, de Los Ángeles, “Jesucristo no vino a sufrir y a morir para hacer ‘Católicos culturales’” (“La predicación y la enseñanza”, el 8 de junio del 2009). Esa fe carece de verdadera convicción para seguir a Jesús cuando sus enseñanzas difieren de las formas de la cultura.
El Papa San Juan Pablo II, convencido que la repuesta a estos escándalos era gran fidelidad, dijo, “Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (Redemptoris Missio 3).
Mientras que podría mencionar más cosas que iban mal en la formación sacerdotal, me detengo con éstos. Afortunadamente, muchas de estas preocupaciones ahora se tratan bien; escribiré más sobre esto en futuras columnas. Como en otros tiempos de tormentas en la Iglesia, Jesús continúa renovando Su Cuerpo Místico a través de la santidad. Tú y yo estamos llamados a ser santos.
Al igual que con las tormentas experimentadas por los Apóstoles, es Jesús quien asimismo calma nuestros corazones y nos recuerda a confiar en Él.