Santa, pero con necesidad de la purificación
Tercero de una serie
En mis artículos anteriores, empecé a tratar con la crisis en la Iglesia resultado de los pecados de los sacerdotes y obispos. Desde entonces, el Papa Francisco celebró una reunión de liderazgo de la Iglesia de todo el mundo para abordar las causas subyacentes que permiten tal escándalo.
Como he indicado antes, algunos fallos de liderazgo de la Iglesia en la formación del seminario de los futuros sacerdotes lamentablemente abrieron las puertas a tales escándalos. Me gustaría ahora considerar algunas preguntas claves sobre el sacerdocio, que deben tenerse en cuenta al corregir los fracasos del pasado.
Hay muchas preguntas, críticas y malentendidos del sacerdocio hoy en día, tal vez sobre todo como consecuencia de los escándalos. Estos incluyen si el celibato es sano, limitar el sacerdocio a los hombres y aún por qué la Iglesia no admite a los hombres que se identifican como homosexuales para entrar al seminario.
La identidad sacerdotal
Para entender lo que Cristo dio a Su Iglesia en la Última Cena, primero debemos considerar la identidad del sacerdote. Como la identidad de todos los cristianos, no somos simplemente personas que siguen los mandamientos y la vida sacramental como Jesús enseñó; sobre todo somos amados hijos e hijas de Dios Padre a través de nuestro bautismo en Cristo. El poder del Espíritu Santo penetra más allá de nuestras acciones a nuestra propia identidad.
Un sacerdote no es quien sólo sirve para consagrar, ungir y bendecir en medio de otras funciones ministeriales. Un sacerdote está unido a Cristo en el nivel de su identidad. Como dice el Rito de la Ordenación, está configurado “con Cristo, el sumo y eterno Sacerdote” y así la Iglesia, en su tradición intacta, la Iglesia se refiere al sacerdote como Alter Christus, otro Cristo. El Papa San Juan Pablo II dijo que un sacerdote es una “representación sacramental de Cristo” que es pastor, siervo y esposo de la Iglesia, el sumo sacerdote y el que nos muestra al Padre. O, como dice el Papa Emerito Benedicto XVI, “No se es sacerdote sólo por un tiempo; se es siempre, con toda el alma, con todo el corazón. … Ser embajador de Cristo … es una misión que … la totalidad de nuestro ser”.
El sacerdocio, ya establecido en el Antiguo Testamento y cumplido en Jesucristo, es divinamente inspirado. Si uno fuera a considerar el sacerdocio para ser simplemente un trabajo o simplemente el otorgamiento de un honor en lugar de una vocación de servicio, uno totalmente perdería la esencia del sacerdocio.
El sacerdocio masculino
Desde el establecimiento de los rituales mencionados en los primeros libros de la Biblia, la Torá, vemos que Dios llamó a hombres para servir en el papel de los sacerdotes. Por ejemplo, Dios es claro en cómo Moisés debería enseñar a Aarón y sus hijos a dar bendiciones sacerdotales (cf. Núm 6) y a hacer ofrendas sacrificiales (cf. Ex 28–29). En la vida de nuestro Señor, no solo vemos este mismo sacerdocio continuando, también vemos que Él se sometió a ese sacerdocio en el contexto de la vida litúrgica judía, los pactos y el templo de Jerusalén. Jesús, el Hijo del Padre, establecería la “alianza nueva y eterna” que se llevaría a cabo y sería transmitida por los hombres que Él escogió para ser Sus Apóstoles. Es este establecimiento del sacerdocio que hemos recibido y confiado desde entonces.
San Juan Pablo II escribió, “el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió a sus Apóstoles sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia” (“Ordinatio Sacerdotalis” 1).
Esto no es decir que los hombres son superiores o que las mujeres son indignas. ¿Quién podría ser más digna que la Madre de Jesús? Lo que dice es que Cristo estableció las cosas de esta manera y que confiamos en que Él actuaba libremente con nuestro bien en mente, aunque muchos no lo entiendan completamente.
Al mismo tiempo, no hacemos esto basado solo en autoridad; hay razones más profundas que también apoyan esto. No es por casualidad que Jesús abrazó papeles verdaderamente masculinos en revelar al Padre y por ser el novio amoroso de la Iglesia. La masculinidad es esencial para el sacerdocio de Jesucristo.
El sacerdote como cónyuge casto
Un candidato para el sacerdocio está llamado a ser verdaderamente sano y maduro, capaz de cuidar por el bien del rebaño de Cristo, llamado como Jesús “para servir y no para ser servido” (Mt 20:28). La Iglesia se refiere a dicha capacidad como “madurez afectiva”. Esta capacidad de vivir en el amor verdadero y responsable es un factor decisivo en discernir a un candidato para el sacerdocio. Necesita la capacidad de equilibrar sus sentimientos e integrarlos en su relación con Cristo. Sólo un hombre puede ser la presencia estable y compasiva de Cristo en los frecuentemente intensos momentos de alegría y tristeza de aquellos a quienes él sirve.
Esta madurez afectiva incluye ciertamente su sexualidad siguiendo el ejemplo de Jesús.
“La sexualidad … no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, y “está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer” (CIC 2360-2361). La virtud de la castidad permite celibato o matrimonio a ser vivido como uno abraza el regalo de la masculinidad o la feminidad. Al considerar los escándalos recientes, vemos que el celibato no es la cuestión clave sino la castidad. Un hombre que vive su vocación a ser un padre espiritual y fiel esposo de la Iglesia de manera casta, lejos de ser una causa de escándalos, trae a un testigo particularmente necesario a nuestra cultura cómo vive ese amor maduro unido a Cristo.
Es en este contexto que podemos tomar la cuestión de la homosexualidad y el sacerdocio. El sacerdocio requiere masculino amor conyugal por la Iglesia, la Novia de Cristo. Por esta razón, la Congregación para el Clero, bajo el Papa Francisco, reiteró en el año 2016 que “respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al seminario y a las órdenes sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada ‘cultura gay’”.
La enseñanza de la Iglesia sobre la esencia del sacerdocio es evidente. No puede reducirse a una mera función que cualquiera puede hacer (homosexual o mujer) porque es una realidad más profunda. Si el sacerdocio está configurado a Cristo, entonces se sustenta en que ‘ciencia del amor’, que sólo se aprende de ‘corazón a corazón’ con Cristo. Él nos llama a partir el pan de Su amor, a perdonar los pecados y a guiar al rebaño en Su Nombre. Precisamente por este motivo no debemos alejarnos nunca del manantial del Amor que es Su Corazón traspasado en la cruz” (Papa Benedicto XVI).
Queridos amigos en Cristo, les invito a orar por mí y especialmente por mis hijos y hermanos que son sacerdotes actualmente. No simplemente para su salud y bienestar, pero que estén estrechamente unidos a Jesús en su unión de corazón a corazón que sirven fielmente en nuestras parroquias.