Santa, pero con necesidad de la purificación
Cuarta de una serie
En esta serie, me he estado enfocando en ciertos aspectos de los escándalos que la Iglesia ha sufrido durante los últimos 70 años. Después de haberme dirigido a algunas de las causas de los escándalos y algunas cuestiones sobre el sacerdocio, me gustaría ahora examinar la renovación que estamos viendo en formación sacerdotal. Esto es una buena noticia ya que gran parte del escándalo que ha dolido a la Iglesia tenía sus principios en la formación deficiente del seminario.
Si uno iba a ir a la escuela para ser piloto o contador, la preparación destacaría las habilidades técnicas necesarias para tales ocupaciones. Si uno estudia para ser maestro, habría énfasis en la capacidad de interactuar con los estudiantes y mejor promover su crecimiento. Para los sacerdotes, para vivir la vocación a amar a Dios y servir a su pueblo in persona Christi, una formación es necesaria que busca abordar el crecimiento del hombre en todos los aspectos de su vida.
La formación sacerdotal a través de los siglos
Mientras que la formación del clero en la Iglesia primitiva tomó la forma de un aprendizaje, creció para incluir más educación en los monasterios y escuelas de la catedral en la Edad Media. Luego, en el Concilio de Trento a mediados del siglo XVI, la Iglesia decidió establecer casas de seminario donde los hombres recibirían instrucción especialmente en filosofía y teología para servir como sacerdotes. Muchos de estos seminarios fueron construidos en nuestro país mientras la población Católica creció rápidamente en los finales del siglo XIX y principios del XX.
El Concilio Vaticano II, en “Optatam Totius (Decreto Sobre la Formación Sacerdotal)”, declaró que “la educación de los alumnos en ellos debe tender a que se formen verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor” (4).
Esto fue desarrollado más por San Pablo VI y San Juan Pablo II mientras llamaron para sínodos sobre el sacerdocio. Fue después de uno de estos sínodos que San Juan Pablo II dio a la Iglesia la exhortación apostólica postsinodal “Pastores Dabo Vobis (Os Daré Pastores)”, en 1992, que estableció el curso para la renovación y purificación de nuestro enfoque en la formación de futuros sacerdotes. Aquí, el Santo Padre expuso en detalle los cuatro pilares de la formación para el sacerdocio.
Cuatro pilares de la formación
El primer pilar es la formación humana: Esto es de fundamental importancia debido a que “el sacerdote plasme su personalidad humana de manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo” (PDV 43). La formación humana implica la tutoría y orientación hacia todo lo que aumenta la personalidad y carácter moral, tales como el autodominio, prudencia, afabilidad, relacionabilidad, castidad, madurez afectiva, buena mayordomía y docilidad al crecimiento en virtud a través de toda la vida.
El pilar siguiente es formación espiritual: “Para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio” (PDV 45). La formación espiritual conduce a un seminarista para discernir de lo pide la Iglesia “a vivir en continua comunicación con el Padre por Su Hijo en el Espíritu Santo” (OT 8). La formación sucede con la dirección espiritual en el seminario y la gracia de Dios por medio de la liturgia, las Escrituras, los sacramentos y la vida devocional.
A continuación, es el pilar de formación intelectual: “Para la salvación de los hermanos y hermanas, deben buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos” (PDV 51). Los discípulos son estudiantes. La primera tarea de la formación intelectual debe ser adquirir un conocimiento personal del Señor Jesucristo, que es la plenitud de la revelación de Dios y el Maestro. Esta formación se dirige a la sólida preparación para el papel de ser maestro de los sacerdotes.
Por último, disponemos de formación pastoral: Aquí San Juan Pablo recuerda que “la nueva evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino específico hacia la santidad” (PDV 82). Un verdadero “pastor de almas” lo hace con y por Cristo en la comunidad como vive la triple misión de enseñar, santificar y gobernar con compasión y celo misionero a las personas encomendadas a su cuidado. Esta formación se fomenta mientras el seminarista participa en el servicio pastoral en parroquias, hospitales, escuelas, prisiones, etcétera.
La dirección de San Juan Pablo II en “Pastores Dabo Vobis” fue una gran ayuda para los seminarios, estableciendo políticas y criterios específicos que nos protejan de los errores del pasado. En nuestro país, esta enseñanza fue destilada e implementada en nuestros seminarios con nuestro programa de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos “Programa para la Formación Sacerdotal”, que aborda las circunstancias concretas de nuestras comunidades americanas y establece normas para seminaristas, junto con los criterios de bien evaluar y discernir la capacidad de los futuros seminaristas para entrar en formación o para avanzar por las distintas etapas.
El Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco han continuado esta visión de “Pastores Dabo Vobis” y dado más orientación para los seminarios y obispos encargados con esta importante labor dentro de la Iglesia.
Una Nueva Generación y Nuevos Enfoques
Aunque tal orientación de San Juan Pablo II y sus sucesores ha puesto a la Iglesia en un sólido curso, han sido métodos nuevos y útiles a la formación que han impactado nuestra propia diócesis como discernimos las necesidades de nuestro tiempo.
Es importante tener en cuenta que los jóvenes que ahora están considerando tal llamada han crecido en una sociedad muy diferente de los Baby Boomers o los de la Generación X. La estabilidad de la vida familiar, las costumbres culturales y las leyes de nuestra tierra no son las mismas que en el pasado. Así, estos jóvenes han crecido con el internet, teléfonos inteligentes y tabletas que vienen con beneficios limitados y abundantes peligros. Investigaciones han demostrado cómo ha afectado su forma de mirar el mundo, su ética de trabajo, su autoestima y hasta su nivel de felicidad. Hay muchas maneras de que la formación, si va preparando a un hombre ser un padre espiritual de la Iglesia fiel, casto, seguro y santo, debe brindar las experiencias, la curación y la orientación que se abordará estas preocupaciones.
La vida del seminario no puede simplemente asumir buena salud personal y competencia humana por parte de los que aplican hoy y solamente enfocarse en lo académico. En cambio, es necesario una especial atención en formación humana y espiritual. Es maravilloso ver muchos seminarios haciendo buen uso de fieles consejeros que pueden aumentar el trabajo del personal de seminario y sus directores espirituales. Así, es una bendición ver seminarios trabajando para asegurarse de que los hombres reciban más orientación práctica de sacerdotes y párrocos y aun viviendo en los hogares de la parroquia donde el trabajo de los párrocos puede ser más estrechamente observado y compartido.
Estos enfoques en la formación de jóvenes discerniendo el sacerdocio aseguran de que los hombres conozcan más a la Iglesia y a sí mismos.
La más reciente orientación del Vaticano (2016) para la formación de los seminaristas, “Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (El Don de la Vocación Presbiteral)”, ha llamado a este mayor conocimiento de cada seminarista de dos maneras. En primer lugar, hay un ánimo para un tiempo preparatorio o propedéutico en el cual un joven trabaja en los aspectos básicos del desarrollo humano y espiritual que le permitirá crecer mejor en su formación. También, hay un ánimo para el año pastoral al final de la formación para permitir que la Iglesia local y el joven tengan mayor claridad en el discernimiento mientras él experimenta servir en el contexto de la vida parroquial.
Nazareth House
Quiero compartir con ustedes ahora mi discernimiento sobre un nuevo enfoque para la formación de los seminaristas de nivel universitario en Phoenix y la fundación de un seminario aquí en nuestra diócesis. Nazareth House, en su nombre y misión, nos recuerda de Nazaret, la ciudad natal y el hogar en que Jesús creció. Las Escrituras dicen que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres” (Lc 2:52). Es nuestro deseo que Nazareth House, una casa seminarista de formación, será un lugar donde nuestros seminaristas ya comparten las comidas, responsabilidades en el hogar, la oración y la fe en Jesucristo al completar dos años de inicio de estudios académicos en una universidad local.
Por último, estoy edificado para ver la atención y la preocupación por la formación de nuestros futuros sacerdotes por muchos de los laicos. Personas como los Serrans, que interceda por nuestros seminaristas y sacerdotes de una manera especial, son un gran ejemplo de esto. En mi próximo artículo examinaré en lo más que podemos hacer para la renovación de nuestra Iglesia y el clero.